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En definitiva, cualquier persona podría ver en un futuro cómo eran los/las gaditanos/as de los 90, cómo era su vida, su aspecto, cómo vestían, cómo estaba la ciudad, qué relación tenían con su entorno, cómo vivían sus fiestas (Carnaval, Velada de los Ángeles, Juanillos, Tosantos, etc.), cómo participaban de sus manifestaciones religiosas (Semana Santa, Corpus Christi, procesiones marineras, etc.) o también cómo compraban en sus mercados, cómo y qué comían, a qué se dedicaban en sus ratos de ocio, cuáles eran sus servicios públicos (transportes, estaciones, etc.), cómo era su relación con el mar (el puerto, las playas en verano, etc.), cómo y por dónde paseaban, etc. Y todo ello a través de los verdaderos protagonistas: los anónimos gaditanos/as de a pie. 

 

En resumen pretendí registrar el pulso latente de una sociedad, de una comunidad, de esa amalgama de sensaciones, personas y espacios que constituyen esa histórica ciudad. Intenté hacer un reportaje revelador, personal, un verdadero acecho fotográfico a mi entorno urbano queriendo mostrar la enorme fuerza descriptiva de aquel presente con sencillas escenas cotidianas y anónimas.

Todo esto, incluso con toda la parcialidad y subjetividad que implicaba mi particular visión, permitiría no obstante extraer historia y documentar.  De eso se trataba.

 

El mítico Manuel Falces, en aquella época director del Centro Andaluz de la Fotografía y crítico de fotografía del suplemento de cultura Babelia del periódico El País, escribió lo siguiente para el texto del segundo libro:

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