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El Bello desorden de un Paisaje Urbano

Cualquier paisaje es un mapa de la memoria. Lamentablemente los últimos mapas se han olvidado de los bellos colores al pastel tan propios de aquellas ilustraciones que parecían las estampas incluidas en las chocolatinas o los grabados de las portadas de los cuentos que leía cuando era niño. Aquellas ilustraciones también se asemejaban entonces a los grabados de las enciclopedias donde aprendimos cómo era el mundo desde los bancos de los colegios, allá por las fronteras de los cincuenta. Ahora los satélites confeccionan visualmente los mapas de forma más científica, pero sus formas son más frías.

 

Sin embargo, la fotografía, toda la fotografía, ha rastreado otros mundos. Los mapas que nos muestran las fotos de las ciudades son más precisos y nos enseñan un amplio abanico de universos que van desde el cara a cara de cada esquina a los planetas latentes que nuestros ojos no alcanzan a ver. Con mayor precisión lo hacen los planos de las ciudades. Por ello cuando nos encontramos con registros plasmados en un álbum de la vida cotidiana, como los que hace Jesús Micó en Cádiz, recordamos las extravagancias fotográficas que nos han enseñado el límite de la vida (no vamos a recordar, sino de pasada, esa otra fotografía que rastrea el mundo donde se describen las nebulosas cósmicas, las de los fractales, los microscopios o telescopios científicos que no cesaron de escrutar lo más grande y lo más pequeño, es el área de la fotografía científica, como acertadamente escribió en su día Monique Sicard).

 

Las calles de Cervantes y Sacramento, las de Zaragoza, la playa de la Caleta, San Francisco, el barrio de Santa María, o una chirigota femenina en la plaza del Tío la tiza, no son sino simples muestras de esa forma de buscar el paisaje de Cádiz (el de una parte importante del universo) para guardarlo en la memoria. Posiblemente lo que aquí ocurre podría haberse desarrollado en otros escenarios pero el microcosmos de fin de siglo de esta ciudad, por obra y gracia de la cámara de Micó, quedará registrado para la posteridad (Micó no cae en la tentación cursi del fabricante de postales colorineras inspiradas en los artículos del cronista local o en la gilipollez de muchos de esos autores modernoides que aún no se han encontrado a sí mismos y que no saben si su situación en lo plástico se corresponde con la de los fotógrafos leñadores que llevan sus troncos a las galerías, la de los fotógrafos filatélicos, los fotógrafos a secas, o con la de los fotógrafos vendedores de souvenirs que hacen lo propio). Por el contrario, él lo hace con conocimiento del territorio, con respeto y, a su vez, siguiendo las rigurosas claves del medio.

 

Micó es un autor que concreta la fotografía con un pie literario que cierra el círculo narrativo de la instantánea. Textos tan precisos como descriptivos: “Hombre disfrazado de novia besando a una mujer disfrazada de novia una noche de carnaval en La Viña”, “Individuo disfrazado de Rambo arreglándose la vestimenta para hacer más grotesco su disfraz”, “Guardia civil y bebé con chupete en un desfile procesional de Semana Santa en la calle Hospital de Mujeres”. Algunas de sus fotos nos evocan aquel acertado pensamiento de Garry Winogrand: “Fotografío una cosa para ver a qué se parece esa cosa una vez ha sido fotografiada”. Micó fotografía la ciudad de Cádiz para “que se parezca a la ciudad de Cádiz una vez ha sido fotografiada”. El trabajo de Micó evoca el proyecto de este fotógrafo, arquetipo del movimiento estético denominado “social landscape” (también  conocido como estilo americano), del que tanto supo la fotografía de mediados los 70 y que influyó sobre todo en la fotografía directa heredera del clásico reportaje de los años treinta a cincuenta. En el caso de Winogrand, el intenso desorden del paisaje urbano marcó una nueva forma de hacer, alambicada durante aquellos años y que todavía pervive hoy. Sigue vigente. Fue un reto para los fotógrafos de aquella generación de mediados del siglo y de los que apuntan hacia el nuevo. 

 

Si, también entonces, Lee Friedlander, otro de los míticos operarios de la cámara por esas fechas y en la misma línea, se apoyó en la confusión del espectáculo para la fabricación de sus fotos, ahora lo hace Micó, quien bien pudiera ser el referente de una generación que mucho tiene que ver con ellos. La primera cualidad de estas fotos -las de ambos- es que están repletas de una multiplicidad de objetos y planos, “sólo en un segundo momento se reconoce que allí no hay anarquía sino riqueza estructural”, (cito a Lemagny).

 

Todo ello se puede transportar al presente desde la perspectiva de este autor gaditano del cual, hace años, sigo de cerca su producción. El primer impacto que me produjo su obra -mucho antes de exponerse en una galería- fue su colección <<Natura Hominis: Taxonomías>>, después llegó su tesina <<Evolución de la noción de Modernidad en la Fotografía del siglo XX: el caso posmoderno>>. Su constante empeño y buen hacer merecen todos mis respetos. Es un corredor de fondo. <<Cádiz, fin de milenio>> es un trabajo poliédrico, con grandes usos alternativos y utilidades: su mayor virtud pienso que radica en sus infinitas aplicaciones y en que, además, tiene la ventaja de contar con una fecha de caducidad no definida.

 

 

Manuel Falces

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