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Una de las copas de equitación de mi padre. Mi casa, Barcelona (diciembre de 2022).

Tras la muerte de mi padre desmantelamos la casa familiar en Cádiz y me traje a Barcelona algunas cosas de recuerdo (muy pocas, no tengo sitio para más). Aquella casa era enorme y estaba llena de objetos con los que habíamos convivido durante más de cuatro décadas. Y, en realidad -y aunque a priori pudiera parecer paradójico-, lo había hecho especialmente yo, que no vivo en Cádiz desde hace más de veinte años y, por tanto, cada vez que iba a la ciudad (durante todos esos años) me instalaba en la casa familiar -con mis padres viviendo allí, en su casa- y en mi habitación de toda la vida, es decir, que yo conviví con esos objetos muchas más décadas que el resto de mis hermanos/as (salvo mi hermana Inmaculada, que hacía lo mismo, pero viniendo desde Mijas -Málaga-). Había muchos elementos decorativos (mi madre es una enamorada de la cerámica y tenía la casa llena de este tipo de piezas -varias colecciones de platos y de jarras, algunas de gran valor-) y los aparatos, muebles y enseres habituales en este tipo de viviendas en las que toda una familia ha pasado su vida en común durante tantos años. 

 

De entre todas esas cosas decidí llevarme un par de copas (premios) de equitación de las muchas que había ganado mi padre. Cogí las dos más pequeñas (no sólo por razones de tamaño, también por gusto personal: las que elegí eran las que me parecían más bonitas, con una estética de años 40 que las hacía mucho más interesantes que otras más grandes y con mayor valor ecuestre). De esta manera mi elección satisfacía ambas cuestiones/necesidades: las podía exhibir en mi casa -no ocupaban mucho espacio, las podía poner en dos pequeñas repisas en la pared- y, encima, me resultaban un par de objetos muy bonitos (no sólo por su valor sentimental, también por sus formas -tan ‘retro’-). 

 

Desmantelar una casa familiar de una manera final e irreversible (porque se ha vendido y hay que entregarla -lógicamente- vacía) es una tarea ardua (no sólo físicamente hablando, también emocionalmente, como todos/as sabemos). Desde luego que es un tema que da para otro texto independiente a éste. No voy a entrar ahora en tanto detalle sentimental. Pero me sorprendió (en mi caso) que de las pocas cosas que, al final, me llevé para mi propia casa como recuerdo están los objetos más peregrinos que nunca hubiera imaginado elegir y a los que nunca les había prestado demasiada atención a lo largo de toda una vida. No recuerdo haberme interesado especialmente por las numerosas copas de mi padre (expuestas todas en un mueble/vitrina del salón). Pero confieso que cuando nos quedaban un par de días para vaciar la casa (íbamos a contrarreloj) y allí estábamos los hermanos/as desmantelando a toda prisa lo que todavía había en las paredes, en el último minuto agarré la afeitadora eléctrica de mi padre (no sé por qué lo hice pero me resultaba algo muy personal) y ese par de copas que he comentado (las dos más pequeñitas de tamaño). Me daba pena pensar que todo lo que tenía delante de mis narices acabaría en la basura, o en un mercadillo/baratillo, o en un chatarrero… Pero así acaba siendo cada etapa de la vida. Hay que encajarlo. Y no pasa nada, se sobrelleva, lo aceptas.

 

Toda la numerosa cerámica de mi madre la habíamos malvendido así como los libros de la biblioteca familiar. La importante colección de numismática de mi padre sigue a día de hoy en venta (y, me temo, será muy difícil de finiquitar). 

 

Por cierto, de mi padre yo ya tenía en Barcelona (desde hacía unos años) lo más importante: todo su archivo de fotografía y cine, así como el proyector de cine (en el que habíamos visto tantas películas cuando era niño: no había TV y, menos, en el Sáhara) y su tomavistas de super8. Mi padre me lo regaló en unas Navidades con idea de que lo conservase yo para toda la familia.

 

En este reportaje realizado en mi casa en Barcelona este diciembre de 2022 se ve una de las dos copas (la fecha es de 1944, la debió de ganar mi padre cuando era un joven teniente de caballería) y se ven diferentes fotos antiguas de mis padres que yo conservo (de cuando eran niños). Mi padre era el menor de sus hermanos/as y, por tanto, en las imágenes -mi padre- siempre es el pequeño. En una de las fotos se ve también a sus padres, mis abuelos (que yo no llegué a conocer). También hay una imagen de mi madre cuando hacía su primera comunión (por cierto, en un tiempo convulso: en aquellos años, en Alcalá de Henares -el pueblo de mi madre-, realizar un acto religioso como la primera comunión te definía ante el vecindario como perteneciente a un bando u otro de los enfrentados en la guerra civil, mi madre relata que tuvo que hacerla casi de tapadillo y sin celebración alguna). Por cierto, al ver estas imágenes antiguas de mis padres pienso también en qué espléndida manera de componer/retratar tenían los antiguos fotógrafos, qué elegancia, bienvenido sea siempre el -buen- clasicismo. 

 

En cualquier caso todas estas imágenes tomadas en mi casa de Barcelona en diciembre de 2022 están hechas/capturadas de nuevo con el teléfono móvil. Últimamente me ha dado por usar el iPhone y probar resultados. Obviamente los resultados no tienen nada que ver con la cámara ‘seria’ pero -también obviamente- la cuestión de la comodidad está en otra dimensión. La cámara de formato medio digital es de muy buena óptica y funcionamiento, pero ya es muy antigua y pesada. Tengo que pensármelo dos veces. Con el iPhone no hay que pensar demasiado, es mucho más suelto todo (pero falla bastante en la cuestión de la profundidad de campo, que no es óptica, sino recreada digitalmente). Por tanto, nada que ver usar el teléfono con usar la cámara de formato medio pero es lo que hay, ahora mismo no tengo otra opción, especialmente durante todos estos meses que he dedicado a la actualización de esta web, meses en los que no he tenido nada de tiempo libre, salvo para recopilar/ordenar/estructurar la extensa información que incluye. 

 

Por último comentar que en algunas de las imágenes de mi casa, pese a que se adivina/observa debajo de la mesa todo ese -aparente- lío de cables, en realidad dicho ‘lío’ está perfectamente organizado para ofrecer su máxima funcionalidad (seguro que más de un lector/a de este texto tiene completa empatía con lo que digo). Y es que cuando estoy en esa mesa trabajando con diferentes dispositivos móviles (ya sea el iPad, el MacBook o el iPhone), cada cable cumple perfectamente su función cuando es necesario (mientras el resto queda ‘oculto’ y sin molestar bajo la mesa). También quisiera señalar la mezcla de luz cálida/artificial/tungsteno y luz natural (azul/fría) que he utilizado para hacer un poco más atractivas las imágenes (por supuesto sin falsear nada, sólo he encendido las lámparas de la casa). 

 

En fin, soy consciente de que el párrafo anterior define claramente mi compulsiva y maniática obsesión por el detalle (como constata el resto de la web). Supongo que quien me lea es que -en el fondo- también le va esa marcha.

 

Este texto lo he escrito en la segunda quincena de diciembre de 2022.

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