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Mi madre. En este retrato parecería verse cómo su mente se adentra en su propia realidad. Cádiz, julio de 2022.

Tras la muerte de mi padre y la venta de la casa familiar (que estaba en la parte antigua de Cádiz) decidimos instalar a mi madre (que tiene 94 años) en su nueva casa, un piso más pequeño y manejable (debido a su estado mi madre necesita cuidados completos y permanentes las 24 horas del día) y, además, muy próximo a las casas de mis hermanos/as en la zona nueva de la ciudad. Somos 6 (yo el menor de todos/as). La idea era que nuestra madre no se tuviera que ir moviendo entre las casas de sus hijos/as sino que fuera justo al contrario. Ella tendría su espacio permanente, seguro, sereno, sin alteraciones, sin cambios, es decir, ‘su casa’ y seríamos nosotros/as quienes nos turnaríamos e instalaríamos allí cada semana para cuidarla (desayunamos, comemos, cenamos y dormimos con ella, compramos la comida, cocinamos para ella, la limpiamos, estamos con ella). Durante el día (incluidos sábados, domingos y festivos) vienen unas cuidadoras profesionales varias horas para atenderla y dejar libre ese tiempo al hermano/a que le toca estar a cargo de todo (los dos menores no estamos jubilados y usamos también esas horas para trabajar en el portátil). Cada semana se instala y toma el cargo de todo un hermano/a (el mayor no puede por razones de salud, por tanto somos 5 para atenderla). Una de mis hermanas vive en Málaga, en Mijas, y se instala dos semanas cada dos meses. Yo, que vivo a 1000 kms de allí, lo hago cuando puedo (en Navidad y verano estoy dos semanas seguidas, en Semana Santa sólo una). Pienso en el gran esfuerzo que están haciendo mis hermanos/as durante el resto del año e intento descargarles un poco en las veces que puedo bajar a Cádiz. Y, por supuesto, no sólo pienso en ese descargo, también deseo convivir con mi madre en esos días y disfrutar de su presencia en mi vida. Pese a lo delicado de su estado sigue siendo uno de los centros nucleares/fundacionales (ahora ya sólo queda ella, antes también lo era mi padre) que unen y dan sentido a la familia.

 

Hace tiempo hablaba con uno de mis hermanos, Carlos (justo el anterior a mí), sobre lo rápido que van las fases de la vida, sobre la velocidad a la que va todo, sobre cómo en un segundo te encuentras de repente con esa situación (existencial, familiar, biográfica) que parecía que nunca iba a venir (por mucho que, durante años, te ibas preparando para ella) y que inevitablemente la vida te termina trayendo, una situación (una nueva etapa, una nueva realidad) que llevabas años viendo progresar morosa pero irrefrenablemente hasta que finalmente te ves instalado definitiva e irreversiblemente en ella, una situación que, además, irá a peor (y eso que mi familia es afortunada porque hay gente que pierde a sus padres mucho antes de todo esto). Me refiero a esta nueva etapa en la que se terminan de invertir definitivamente los roles de las personas cuidadoras en una familia (cuando nacemos nuestros padres nos cuidan, cuando ellos envejecen, les cuidamos nosotros). Pues bien, en un momento dado, en el seno de esa conversación, Carlos empleó una frase que se me quedó profundamente grabada: ‘nacemos con pañales, morimos con pañales’. Y supongo que me impactó porque a parte de parecerme una lacónica verdad (una incuestionable sentencia) la frase parecía resumir/concluir/sintetizar/reducir todo a una brutal y muy primaria/escatológica concreción. Pero, en el fondo -metafóricamente-, era una frase que estaba llena de matices y de sensibilidad. No sé si es (una frase) del acervo popular o no. Yo no la había oído nunca.

 

Y pensar que mi madre fue una mujer muy decidida y trabajadora, una mujer que tuvo una vida nada fácil en el Sáhara, sin agua corriente, con aspectos y recursos muy básicos para organizar y gestionar una óptima vida doméstica (cosa que consiguió siempre), en muchas temporadas al cargo completo de los 6 hijos/as porque mi padre pasaba largos meses destinado fuera en alguna misión -adentrándose en el desierto para realizar continuas maniobras militares-, etc. Por ejemplo: mi madre se sacó el carnet de conducir a principios de los años 50 -con ello fue de las pioneras en España-, aprendió en un jeep militar, montaba en camello, usaba pantalones por la comodidad (en aquellos años no eran bien vistos en una mujer), nos hacía la ropa, cocinaba espléndidamente, reciclaba cuidadosamente el agua (tras bañar a los pequeños, ese mismo agua servía para lavar pañales y luego para la cisterna) y preservaba los recursos disponibles como lo haría hoy en día cualquier concienciado/a activista del ecologismo y la sostenibilidad del planeta. En fin, una mujer que nos cuidaba perfectamente y tenía energía de sobras para la familia entera (incluido mi padre, su gran compañero, su gran cómplice hasta el final). Y ahora es totalmente frágil y dependiente (y muy inocente: hemos tenido suerte y no está teniendo una demencia complicada y hostil hacia nosotros/as).

 

Me parte el alma que mi madre piense que mi padre está vivo y que pregunte por él continuamente (pese a que murió a finales de enero de 2021 -con 102 años y medio-). Su mente le falla progresivamente pero está bien. Mezcla cuestiones del presente con el pasado más remoto de su vida, momentos de alguna manera relacionados con el tema del que estemos hablando pero ocurridos en otros periodos, en otras épocas o etapas vitales (incluida su infancia en Alcalá de Henares, donde nació y vivió hasta que se casó con mi padre a los 19 años y se fue con él a vivir al antiguo Sáhara español, donde estarían varias décadas; finalmente la familia se instalaría en Cádiz).

 

En algún retrato de esta serie del verano de 2022 parecería verse cómo su mente se adentra en su propia (distorsionada) realidad, ensimismándose en ella. Le quité las gafas oscuras (son específicas para sus cataratas y las debe usar también en interiores) para hacerle algunos retratos y ver su mirada, a veces perdida, a veces triste, siempre tierna y ahora, como digo, más inocente que nunca, más primaria, más simple, más sencilla, más limpia. Y, desde luego, más conmovedora. Confunde las horas del día y ya no se sitúa correctamente en la fecha en la que vive. Pero no se la ve mal en su nuevo estado mental (que va deteriorándose, como su estado físico). Cuenta muchas anécdotas tiernas y divertidas, mezcladas y entre cruzadas en el tiempo y se ríe a menudo. Por supuesto que todavía nos reconoce perfectamente, lo cual es un regalo de infinito valor, si lo pensamos seriamente. Otra cosa es que puedas tener una conversación elaborada con ella. Sobre todo por teléfono, que es la manera más habitual de comunicarnos mi madre y yo, por razones obvias. Para mí ya no es importante lo que me cuente (lo mezclará todo) sino simplemente oírla y que me oiga, constatar que me reconoce. Llamarla para que me tenga presente, para que no me olvide. Por ahora eso no sucede (me refiero a que no me olvida, a que me reconoce perfectamente). Y que no suceda es importantísimo. Es todo un regalo. Mejor tenerlo presente porque, como pasa en muchos otros aspectos de la vida, no somos conscientes del valor de algo hasta que lo perdemos.

 

Estas fotos las tuve que hacer con mi iPhone, mi madre se cansa/aburre y ya no resiste una sesión con la cámara de formato medio (que me hace ir muy lento, es un aparato muy pesado). El teléfono me permitió disparar muy rápido mientras ella (por cierto, se llama Carmen) miraba en la TV la -exitosa y divertida- serie sobre unos disparatados vecinos que se meten en infinitos líos (y de la que reponen continuamente todas sus temporadas). Es una serie que le encanta. Se parte de risa viéndola una y otra vez. Y me conmueve verla reír. Porque ella ahora, en su actual estado mental/vital (que transita incontroladamente entre lo cuerdo y lo inventado) es, como ya he señalado, una criatura frágil, dependiente y pura inocencia. Y, pase lo que pase por su cabeza, si se ríe sin problemas y con frecuencia, es que, en el fondo, se siente en un entorno seguro, afable, cálido, familiar. Eso de ninguna manera puede ser malo. Me permito, por tanto, pensar que lo estamos haciendo bien, bastante bien. Estoy orgulloso de mis hermanos/as.

 

Nota final: en este apartado de la web he decidido incluir fotos antiguas de su noviazgo y de su boda. Son fotos obtenidas directamente del álbum familiar.

 

Este texto lo he escrito en la segunda quincena de diciembre de 2022, mi madre acaba de cumplir 95 años (el día 21).

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