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Pepe en la piscina de su casa. Alrededores de Conil, Cádiz, julio de 2009.

Pepe es un nadador apasionado, además de profesor y doctor en Educación Física en la Universidad de Cádiz (UCA). Le conocí a través de Jose Alberto –igual que a Joaquín-.

En la imagen aparece en su piscina. Yo tenía claro que, entre otros, quería hacerle un retrato en el agua, el que podríamos considerar casi como su medio natural.

Pepe ha nadado desde niño, sigue entrenándose 5 días a la semana y compite con regularidad en categorías senior -no sé si éste es el término exacto pero seguro que me entienden-. Es un enamorado de su trabajo y, como tal, su tiempo libre está íntimamente relacionado con su profesión. Envidiable.

En esa mañana de verano el sol apretaba pero a ratos se escondía tras el paso de algún grupo de nubes. Durante unos instantes toda la intensa luz estival quedaba así filtrada y generaba unas calidades inusuales en una localización como aquélla (la provincia de Cádiz y con más de una semana de entrado ya el mes de julio). Tanto sombras como brillos quedaban repentinamente suavizados y perdían el alto contraste de separación que siempre les diferencia. 


Desde el primer momento en que vi esa pequeña inestabilidad meteorológica me preocupó, como siempre, que esos repentinos cambios de luz afectaran a mis composiciones (que no son precisamente instantáneas, como es obvio). No puedo hacer una panorámica o un mosaico con condiciones lumínicas muy diferentes entre los diferentes disparos. Pero decidí aceptar el reto de intentar retener una imagen final completa en el curso de uno de esos lapsos de tamización de la luz (imprevisibles siempre en su origen y en su duración). Y además hacerla "en" y "desde" el agua.

La idea imaginada del contacto entre esta suave iluminación que parecía caer delicadamente sobre nosotros como una especie de sereno bautismo nebuloso y la frescura y transparencia del agua sabía que funcionaría. Tenía que conseguirla como fuera.

Creo que fueron esa visión como angelical de la luz brumosa y el hecho de que hacía realmente frío en el agua si te quedabas quieto un buen rato (condición indispensable para todos los participantes en mis escenas) los motivos que me condujeron a pedir a Pepe que posara emergiendo del agua y dirigiendo su intensa mirada hacia una suerte de divinidad celestial en la que encontrar algún tipo de respuesta espiritual.

Fue así como conseguí fotografiar esta especie de Cristo acuático, suplicante y redimido, profundamente sureño (andaluz), en el que fuerza y fragilidad (incluida una cierta sensación de dolor) no impiden que limpias gotas de agua resbalen lentamente por su piel mientras nuestro personaje espera su posibilidad de salvación.

Pepe y Joaquín en el dormitorio. Alrededores de Conil, Cádiz, julio de 2009.

Alguien con quien mantengo un cierto contacto y que ha sido muy importante en mi vida (en el orden sentimental y artístico), un gran amigo además de un gran amante, muy amado por mí durante años, un referente emocional que parecía (¿parece?) mantenerse en el tiempo pasara lo que pasase por su vida (es un feliz hombre en pareja desde los años en que me dejó) y por la mía, me hizo el otro día un afilado comentario sobre mi obra. Como en los peores momentos de lo que fue nuestra relación, su comentario lo interioricé como especialmente lacerante y, pese a encajarlo como legítimo –no seré yo quien se niegue a la crítica de cualquier obra artística-, me sirvió para constatar una vez más lo increíblemente extraña que se te puede llegar a hacer una persona que ha sido el eje central de tu vida sentimental durante casi 7 años.

Junto a unos amigos (Manolo y Mamen Romero) le visitaba en su casa en el campo (en una de las dos o tres ocasiones en que podemos coincidir al año cuando yo bajo a Cádiz, él nunca viene a Barcelona). En un momento de la jornada, por la tarde, yo estaba enseñando a Manolo –con cierta ilusión por la novedad de mis trabajos- mis últimas imágenes de Escenarios. De repente, a mis espaldas, oigo la frase lapidaria: <<Jesús, tu obra es tan gay que me desagrada hasta el punto de provocarme homofobia>>. Y tan panchos.

No crean, por tanto, que la sentencia era proveniente de un energúmeno intolerante ante el cual yo me hubiera quedado completamente refractario (por suerte, nunca me lo han dicho en ninguna de las exposiciones públicas de mi obra: por mucho que haya gente que lo piense, al menos parecen no encontrarlo como un argumento ni estética ni moralmente sostenible). Lo más paradójico de todo es que provenía de una persona que ha sido, es y será “tan” gay como yo –lo cual, quede claro, no le deslegitima en absoluto para tener esa visión de mi obra- y que, objetivamente, para muchos/as, incluso podría tener una opción de vida “más” gay que la mía (siendo un hombre casado -con otro- como es).

Por tanto, entre otras muchas más, las preguntas que me asaltan ante tamaña irrupción verbal son:

-¿pretendían decirme que una vida “tan” gay es peor que una vida no “tan” gay?


-¿estaban haciéndome una jerarquización moral de las opciones de vida, siendo la opción gay menos “legítima” que la heterosexual? (y cuando hablo de legitimidad, en este caso, más que nunca, podemos entender legitimidad estética y moral)


-¿por qué nunca en dos décadas he oído a este gran exnovio (cuyo gusto estético -y extraestético- admiro) decir que le molesta la obra de tal o cual autor/a porque es “demasiado” heterosexual?


-¿por qué me dijo que yo tenía un problema por no saber encajar la crítica que me hizo? (pese a que, repito, no cuestioné su apreciación estética sino la moral)


-¿por qué no me entendió cuando le dije que, desde mi punto de vista, era él el que tenía un problema dado que declarar que sientes homofobia, a mi juicio, nunca está justificado, sea lo que sea lo que te la provoca?


-¿me estaban sugiriendo que metiera mi obra en un armario?


-¿qué pasará si alguno de nuestros queridos amigos (o yo mismo) tiene (tenemos) pluma? ¿qué debemos hacer?

Es una obviedad que los/las autores/as hacemos obras con las que intentamos poner sobre la mesa nuestra visión del mundo y la vida. Máxime si, como es el caso, la obra es un diario personal. Para mí, lo personal es político. Yo no intento cambiar conciencias. Pero tampoco intento disfrazar ni atenuar la mía.

Aquel comentario no afectó a los cimientos de mi concepción artística (de mi propia obra). No me hizo dudar de ella. Fue mucho peor, fue certero: viniendo de quien venía, me afectó en el centro nuclear de mis afectos y de mi conciencia. Pero de ahí no pasó (lo cual, como comprueban, no fue poco).

Tanto es así que he escrito este texto para la imagen de Joaquín y Pepe en el dormitorio. Dos amigos que nada tienen que ver con lo que se relata en él (salvo que su imagen es “muy” gay, ¿quizás “demasiado” gay?). 

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