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Jose duerme la siesta junto a Samuel y Piet. Terraza de la casa de Piet. Utrecht, abril de 2009.

Jose este año había tenido sólo una interinidad a tiempo parcial en el instituto. Esa circunstancia nos permitía disfrutar de un horario muy bueno para, entre otras cosas, poder organizar un viaje en fechas no habituales.

Así lo hicimos.

Unos días antes de Semana Santa visitamos de nuevo a Piet y Samuel (antes Berry) en Utrecht. Como siempre, nos acogieron en su encantadora casa. Una vez más volver a Holanda resultaba una experiencia muy gratificante. Me encanta el país y sus habitantes. Qué nivel de desarrollo tienen y qué poco lo ostentan. Nunca sé cómo lo hacen.

La verdad es que tuvimos suerte puesto que, en aquella muy recién iniciada primavera, estuvieron invertidas las expectativas que teníamos previstas con la climatología. Abandonamos una Barcelona fría y lluviosa durante días y llegamos a un Utrecht que, a las 18’00 horas de nuestra primera tarde, permitía dormir la siesta a pleno sol a Jose y Samuel mientras yo experimentaba con mi nueva cámara y Piet posaba en primer plano. Las temperaturas fueron muy cálidas en esa semana. Inaudito.

Piet es un hombre maduro y sereno al que le gusta reflexionar sobre grandes temas de la actualidad política o social mientras bebe un vaso de buen vino. Es panadero. Es un tipo curioso que se guía mucho por su intuición.

Entre las transformaciones de Samuel desde nuestra última visita estaban la de su cambio de nombre -al convertirse al judaísmo- y la de su nueva faceta de pintor y bailarín de bailes de salón. Me resultó muy sorprendente (en otra imagen hablo de esta circunstancia).

Samuel y Piet en el cementerio católico de Utrecht. Holanda, abril de 2009.

[Texto sin hacer: versará sobre cómo Samuel y Piet no dudaron en construir una escena de ficción narrativa para una de las fotos de mi diario. Piet fue más reticente a posar en un papel de voyeur (pese a que ya ha salido en anteriores ocasiones en mi proyecto en imágenes muy encendidas, la verdad: no sé qué reparos tenía ese día). También hablaré de los cementerios de los países del norte, verdaderos parques serenos, que invitan al paseo silencioso y la contemplación, al recogimiento y a la paz emocional. Son sitios muy alejados del drama encendido y caliente que acompaña a la muerte en nuestra cultura sureña. Más que un parque éste era un pequeño bosque ...] 

Samuel ante su obra. Utrecht, abril de 2009.

Jose y yo fuimos a Holanda unos días antes de Semana Santa. Visitamos a Samuel (antes, Berry) y Piet, como en anteriores ocasiones. Nos acogieron en su encantadora casa.

Entre las transformaciones de Samuel –desde nuestra última visita- estaban la de su cambio de nombre –al convertirse al judaísmo- y la de su nueva faceta de pintor y bailarín de bailes de salón.

Acostumbrarse a un cambio de nombre en un adulto es tarea ardua, la verdad. Nunca me había encontrado con una circunstancia como ésta. Desde luego parece algo mucho más simple de lo que es. En un caso así, de repente, ratificas que un nombre es toda una historia, supone la identificación con toda una vida. Y hacerlo desaparecer de un plumazo y sustituirlo por uno nuevo –tan intruso como definitivo- se constituye (para los interlocutores del finado) en algo así como que te pidan un acto de fe en un nuevo sujeto que parece haberle robado la biografía a otro (entre otras cosas porque ese 'otro' no ha cambiado lo más mínimo, no difiere absolutamente en nada de su identidad anterior).

En cualquier caso describiendo todo esto sólo pretendo reflejar mi extrañeza ante tal situación. De ninguna manera pretendo cuestionarla ni juzgarla.

Simplemente señalarla sorprendido.

Esa tarde pedí, por tanto, a Samuel que posara para mí ante el último cuadro que estaba pintando.

La luz holandesa, tan tamizada y suave como siempre.

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